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ை|Jugando Con Las Estrellas|*

Tan solo otra historia para pensar...

Tan solo otra historia para pensar...

El viento rozaba con suavidad la superficie del agua, formando pequeñas virutas de espuma que se perdían al saltar al aire y ser tocadas por el oxígeno. Ella miraba hacia el horizonte… sus ojos azules se perdían en el verde intenso que las montañas asturianas le regalaban a su vista. Creyó ver, por un momento, un pequeño pajarito posado en una rama encima de su cabeza. Era marrón, con unos ojos negros brillantes… pero tan solo fueron unas décimas de segundo, ya que al instante, el pequeño animal había salido volando. Ella se quedó, sin embargo, con la vista fija en el árbol. Sencillamente, esa imagen había sido la más bonita que había visto en el día. No sabía por qué, tan solo un pájaro… una rama… pero quizás fuera el contexto: el lago, el verde, el azul del cielo… lo que hicieron que esa visión llenara su corazón de un calor y una pasión que hacía tiempo que no experimentaba. 

Sacó un cigarro de la cajetilla que llevaba en el bolso de mano y lo encendió, con cuidado de que ninguna chispa pudiera tocar la vegetación que le rodeaba. Dio la primera  calada y sonrió. Le encantaba fumar, la nicotina había sido su gran amor desde los 13 años. Era su razón de vivir… y también su razón de morir. “Un cáncer de pulmón no es la mejor forma de abandonar este mundo, ¿verdad?”- se dijo a si misma con la mirada fija en el suelo. Dio otra calada y se apoyó en un árbol con delicadeza. Siempre había sido una muchacha de constitución delgada y esbelta y, sin embargo, aún a sus 35 años, ahora se miraba en el espejo y se veía vieja y decrépita. 

No tenía hijos, no tenía pareja, no tenía familia… y tan solo sus cuadros eran lo que la mantenían con fuerzas. Había buscado, durante años, una razón por la que vivir… y seguía encontrando tan solo, como resultado, el tabaco. 

Avanzó entre los matorrales, intentando buscar su coche entre aquella maraña de hierbas que le arañaban las piernas, cubiertas solo por un pantalón corto que muchos se abrían atrevido a clasificar de cinturón. 

No tardó en encontrarlo, pues el rojo brillante destacaba en el medio que ahora se había vuelto seco y amarronado, casi sin vida. “¡Que ironía!”- dijo en alto- “Soy igual que un arbusto al que los bichos están devorando con lentitud”. Se montó en el coche, suspiró, y se puso en marcha de nuevo hacia su casa. 

Fueron quizás todos los sentimientos contradictorios de ese día los que le hicieron que, nada más abrir la puerta, cogiera un cuchillo de la encimera de su cocina y rasgara, con lentitud, las venas de su muñeca derecha. Las manchas oscuras llenaron el suelo de su apartamento. 

Al día siguiente, cuando la policía la encontró muerta, no pudieron dejar de advertir el cigarro aún encendido en su mano izquierda, y un pajarito marrón que observaba curioso la escena desde la ventana del salón.

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